La psicología tras los influencers y los youtubers


Siguiendo la línea de la anterior entrada, vamos ahora a analizar la psicología subyacente en el auge de los influencers y los youtubers. Si bien es cierto que hay un vacío ante todas las contradicciones del sistema capitalista, ¿por qué en lugar de buscar respuestas en la filosofía o la psicología, o en cualquier otra información que pueda haber en la red e incluso en las religiones, nos recluimos a consumir contenido audiovisual, muchas veces de baja calidad como puedan ser muchos vlogs (video-blogs) e incluso los instastories, con una estética pulida y superficial? De hecho, cada vez más redes sociales incorporan una función similar a la de las stories de Instagram. ¿Por qué nos hemos abandonado a la sociedad del escaparate, al consumo de entretenimiento absurdo y que no nos aporta nada, y una repetición en menor medida para seguir ese modelo de vida aparentemente hedonista? Para responder a todas estas preguntas, voy a utilizar dos canales de vlogs en YouTube: VAPE, del youtuber Jpelirrojo, y Wineholics, el día a día de una pareja berlinesa; así como los ya mencionados instastories.

               Para poder entender el auge de estos contenidos, debemos entender al yo desde la perspectiva lacaniana, de modo que el yo en sí no existe más allá de ese caos primigenio, sino que se forma a partir del otro. Y esto es lo que ocurre al consumir estos contenidos: al ver en un vlog la vida diaria de otra persona, una vida diaria que vemos como aparentemente feliz y perfecta, erigiéndose como una especie de modelo a seguir por los demás, desaparecemos. Es algo similar a un ciborg, en tanto que nuestro yo desaparece en cierta medida. Al igual que comenté en el trabajo grupal respecto a la realidad virtual, aquí podría parecer que también nos convertimos en un pseudo-ciborg; sin embargo, aquí la perspectiva de ciborg se vuelve algo más profundo en tanto que, mientras en el videojuego tomamos decisiones y tenemos un papel relativamente activo en el que nuestro yo remanente, nuestro inconsciente y nuestro pasado, siguen persistiendo en gran medida para tomar las decisiones, al realizar el visionado de un vlog o los instastories tomamos un rol completamente pasivo, donde el control o la toma de decisiones no está implicada. En definitiva: el yo desaparece completamente, a menos que realicemos el visionado de los contenidos de forma crítica desde nuestro punto de vista, pero dicha acción es bastante complicada debido a, precisamente, la propia naturaleza de esos contenidos, en tanto que suelen ser bastante blancos y sin nada que te invite a la reflexión, a diferencia del cine, las series o las obras de arte en general, donde si se da pie –en la mayoría de los casos- a una reflexión acerca de la naturaleza y la profundidad de la obra. Al ver un daily vlog –como se llaman popularmente estos vídeos sobre la vida diaria de los youtubers-, nuestros sentidos se centran únicamente en percibir esa realidad, que pasa de ser algo ajeno a ser nosotros mismos. Por tanto, al ver uno de estos vídeos ya no somos nosotros: somos el otro, de modo que la absorción del otro para formar el yo se convierte en una fase totalmente activa que adormece a nuestro pasado y todo aquello que podamos llamar “yo”, para dejarnos después, tras el visionado del vídeo, con un bagaje a modo de falso pasado que nos influirá directamente en nuestro día a día.
               A modo de resumen de todo lo dicho en el párrafo anterior, al realizar el visionado de un daily vlog nuestro yo desaparece completamente para fundirnos con lo que estamos viendo, transformándonos en las personas que aparecen en el vídeo: al ver el vlog, yo soy el que sale en él. Y, por supuesto, esa asimilación tiene fuertes consecuencias a posteriori, de modo que el yo se modifica de una forma más profunda de lo que pueda darse en la relación con otras personas en nuestro día a día: al darse una asimilación profunda e inconsciente, nuestro comportamiento y percepción de la realidad se vuelven una especie de esponja con mayor absorción de la normal, y nuestros pensamientos y nuestro modo de vida preexistentes entran en conflicto con el del creador del vlog, habiendo una preeminencia en nuestro día a día de las actitudes de dicho creador y las personas que salen en él ya que hemos visto directamente las supuestas consecuencias de sus actitudes, con vidas felices, lo cual es lo que buscamos (como ya dije en la anterior entrada).

               Tras esta larga disertación, me gustaría ahora introducir los dos ejemplos prácticos nombrados al principio: VAPE y Wineholics. En el primer caso, los daily vlogs consistían en el día a día del youtuber Jpelirrojo y su pareja Ro, con alguna que otra reflexión, pero sin ninguna profundidad más allá de mostrar las actividades que realizaban cada día. Es curioso que los vídeos, a pesar de tener una duración aproximada de entre quince y treinta minutos (a veces llegaban a durar más), tenían un gran número de seguidores que veían los vídeos cada día. Por su parte, los youtubers llamados Wineholics en YouTube son una pareja que vive en Berlín, Jakub y Vitalii, con vídeos de menor duración y todavía más vacíos en relación a VAPE, en tanto que los vlogs de Jpelirrojo a veces incluían alguna introspección, pero los de Wineholics tan sólo muestran su día a día sin ninguna profundidad, contando incluso con una edición bastante pésima en muchos casos, con una ambición puramente comercial por parte de sus creadores.
               Debemos fijarnos en el auge de ambos: VAPE contaba con un gran número de seguidores, aunque en cierto momento llegaron a estancarse y no crecer demasiado, situándose en los 200.000 seguidores aproximadamente, y cabe decir que ya no existe debido a la ruptura de la pareja; sin embargo, Wineholics, que se creó hace aproximadamente un año, ha crecido a una velocidad de vértigo, contando actualmente con 477.00 seguidores aproximadamente, y todavía sigue subiendo. Entonces quizás sea conveniente preguntarse el porqué de esta diferencia: VAPE mostraba, con un formato muy amigable, el día a día de una pareja heterosexual con algunos casos de introspección, mientras que Wineholics es una pareja homosexual que muestra más directamente y con mayor naturalidad su vida diaria, además de actuar de formas muy mainstream o millenial que muchos desean (puesto que así se nos ha impuesto desde el propio capitalismo), como pueda ser el gusto exacerbado por la marca Apple, el cuidado excesivo del cuerpo… Por tanto, estos últimos se muestran como hijos del capitalismo, modelos de lo que hay que hacer para ser feliz, respondiendo al modelo Disney aunque con la divergencia de ser homosexuales y no heterosexuales, lo cual no hace sino llamar más la atención de los espectadores al ser lo que se les ha enseñado pero con esa característica que los vuelve diferentes.
               He de decir que yo he sido seguidor de ambos: de VAPE en su momento, y de Wineholics en la actualidad. Del primero fui seguidor en el año 2013, cuando todavía era un adolescente, de modo que su formato amigable y correcto en tantos sentidos me agradaba; era un poco como ver el daily vlog de los personajes de una película Disney. Sin embargo, estoy seguro de que hoy en día este canal me aburriría de manera soberbia, pero, en cambio, sí que sigo asiduamente a Wineholics, que se muestran de una forma natural.
               Aquí deberíamos hacer un inciso y recapitular un poco a lo que dije antes acerca de la desaparición del yo, pues si al ver un daily vlog dicha desaparición se produce de forma automática, entonces ¿por qué uno gusta más que otro? Podemos concluir, por tanto, que a pesar de que el yo consciente desaparezca y el inconsciente se modifique en gran medida para adoptar las actitudes que vemos, la mayor o menor “fusión” con el contenido va a depender de nuestra perspectiva inconsciente, particularmente de aquello que creemos que nos va a hacer felices. Por tanto, en mi caso, lo que me va a hacer feliz va a ser una pareja –homosexual- y el consumismo, junto con todas las actitudes concretas de los Wineholics, que voy a imitar en mi vida diaria. De hecho, es muy curioso cómo tras descubrir su canal hace unos meses y ver todos sus vídeos en apenas dos o tres días, me empecé a obsesionar sobremanera en las aplicaciones de citas y en el cuidado de mi piel y mi cuerpo, así como adoptando unas actitudes muy similares a Jakub (aquel de los dos con el que me siento identificado), aunque también adquirí actitudes similares a las de Vitalii en algunas ocasiones. Mis amigos, después de esto, siempre se reían –y yo también lo hacía- sobre mi obsesión, insinuando si me sentía atraído por ellos o algo por el estilo; sin embargo, al ver sus vídeos en ningún caso me situaba yo de ningún modo respecto a ellos: yo era ellos al ver el vídeo, y podía ser ellos porque resonaban en mi pasado y en mi ideal de futuro. Y así ocurre con un gran número de personas de mi generación, que consumen el contenido de YouTube en grandes dosis cuando, aparentemente, en muchos casos pueda parecer absurdo. ¿Qué tiene de divertido un vídeo sobre el día a día de alguien, o sobre alguien haciendo un vlog sobre cualquier otra cosa o, incluso, ver los instastories uno tras otro de alguien en Instagram? La experiencia de las redes sociales es pasiva para nosotros, pero plenamente activa para nuestra mente en tanto que nos permite huir a otras vidas en las que el objetivo de felicidad se ha alcanzado –aunque sólo sea superficialmente-; y por ello no lo juzgamos, a menos que se aleje mucho de nuestros ideales. Incluso lo imitamos en mayor o menor medida con Instagram o todas esas herramientas para mostrar nuestro día a día, momento a momento, intentando imitar los modelos que vemos, pero de una forma no tan constante en tanto que preferimos una actitud pasiva, más cómoda y hedonista ante el caos del día a día.

               Por todo esto, la sociedad del escaparate tiene tanto éxito, pues vivimos en un mundo donde todo está perdido y sólo nos queda vernos en el reflejo de los otros olvidándonos de nuestras vidas. El problema viene cuando volvemos a nuestro yo, al dejar de ver un vídeo o las redes sociales: aunque mentalmente hayamos podido adquirir muchas de las actitudes de esas personas, de esos influencers o youtubers, encontramos una fuerte divergencia entre nuestra realidad y la suya, pues nuestras circunstancias son completamente diferentes. Ese es el problema de esta sociedad del escaparate: la construcción del yo a un nivel diario y próximo es factible en tanto que las circunstancias son nuestras, pero si nos construimos mediante una copia de un modelo lejano, entonces va a costar cada vez más encontrar similitudes entre ambos. Como decía Ortega en su sonadísima máxima, “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, y precisamente la circunstancia es lo que se pierde en esta vorágine que es Internet. Sin embargo, en cierta medida podemos salvar las disonancias psicológicas ocultándolas tras la copia de actitudes, y algunos aspectos de la realidad, como pueda ser tener una pareja X o un determinado estilo de vida; pero lo que no podemos salvar es el físico. Al ver un vídeo, como ya he dicho, nosotros somos los que salen en él; pero al terminarlo y mirarnos en el espejo, nos encontramos con un panorama muy diferente. De ahí los fuertes complejos físicos de nuestra sociedad actual, en la que podemos imitar las actitudes y aspectos de la vida del otro, pero no el cuerpo de nuestros ídolos o modelos a seguir, y por ello nos obsesionamos con el ejercicio en muchos casos, en las dietas en otros, y en las operaciones de cirugía estética en menor medida.

               Vivimos en una sociedad esquizofrénica y obsesiva con el concepto de felicidad, de modo que necesitamos buscar modelos que suplan las paradojas de los modelos “oficiales” para la consecución de dicho objetivo. Por ello nos recluimos en las redes sociales, para poder ver modelos similares a los que se nos han inculcado de una manera clara y en los que aparentemente se logra el éxito, pero ello no produce sino más problemas y disonancias entre nosotros y las condiciones para lograr la felicidad, en una espiral de auto-destrucción de la que debemos tomar consciencia para poder escapar de ella, a menos que caigamos en la trampa de la cultura millenial (como analicé en la anterior entrada) y nos dejemos llevar por un mundo superfluo y pulido en el que el yo, el individuo y su individualidad, no tienen cabida alguna.

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